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Detrás de cada persona se esconde una historia real. ¿Quieres saber más acerca de quién soy y de cómo le di vida a mi proyecto? Déjame mostrarte un recorrido para nada convencional.

domingo, 9 de noviembre de 2025

A LA SOMBRA DE LA ETERNIDAD

Hace tiempo que quiero escribir esto, y los últimos acontecimientos lo han precipitado. No por impulso, sino por necesidad. Porque hay cosas que, si no se dicen, se enquistan. Y hay dolores que, si no se nombran, se vuelven más pesados. Este texto no es una despedida, ni una elegía. Es un acto de respeto. Un intento de poner en palabras lo que el corazón ha ido acumulando en silencio.

En los últimos años, la vida ha ido retirando presencias. Sin aviso. Sin pausa. Como si alguien estuviera apagando luces en una casa que antes estaba llena. Compañeros del colegio, amigas, amigos, compañeros de trabajo. Personas con las que compartí mañanas, tardes, noches, navidades, pascuas. Turnos largos, silencios compartidos, cafés a deshoras, confidencias entre rondas. Se han ido. Algunos demasiado pronto. Otros sin que pudiera decirles adiós.

El 9 de julio de 2024 también se fue mi padre. Tenía 70 años. Y aunque nuestra relación no fue cercana, su ausencia se siente. Hay veces que, cuando vuelvo a Villena, mi ciudad, aún creo que lo voy a ver por la calle. Como si el tiempo no hubiera pasado. Como si la memoria jugara a esconder la realidad por un instante. Y en ese instante, el corazón se encoge.

No ha sido una sola pérdida. Han sido muchas. Y cada una ha dejado su huella. No siempre profunda, pero sí persistente. Como esas marcas que deja el tiempo en la madera: discretas, pero imborrables.

No tengo hermanos. Pero eso no significa que haya estado solo. Mi vida se ha tejido con vínculos que, aunque no eran de sangre, eran reales. Y cuando esos hilos se rompen, el tejido se resiente. Se vuelve más frágil. Más frío.

 


CUANDO MUERAS, TODO LO QUE NO HICISTE POR MIEDO...

HABRÁ MUERTO CONTIGO.


He visto cómo el dolor se instala en los gestos de quienes quedan. En las miradas que buscan a alguien que ya no está. En los silencios incómodos que antes eran risas. He sentido la ausencia en los lugares compartidos, en las canciones que ahora duelen, en las fechas que ya no se celebran.

Pero no hay espacio para el lamento. No porque no duela, sino porque el lamento no construye. El dolor, cuando se acepta, se transforma. Se vuelve memoria. Se vuelve respeto. Se vuelve una forma de amor que no necesita presencia para existir.

La vida sigue. No porque queramos, sino porque no se detiene. Y nosotros seguimos con ella. Con menos compañía, sí. Pero con más verdad. Porque cada pérdida nos recuerda que esto es finito. Que no hay garantías. Que cada día puede ser el último. Y que, por eso mismo, cada día importa.

No sabemos cuándo nos tocará. Nadie lo sabe. Pero sí sabemos que llegará. Y está bien que así sea. Porque esa certeza nos obliga a vivir con más intensidad. A decir lo que sentimos. A abrazar sin prisa. A mirar con gratitud.

Recordar a quienes se han ido no es vivir en el pasado. Es vivir con más conciencia. Es honrar lo compartido. Es aceptar que el amor no muere, solo cambia de forma.

A veces me sorprendo hablando con ellos en mi mente. Contándoles cosas. Pidiéndoles consejo. No espero respuesta. Pero en ese acto íntimo hay consuelo. Como si al nombrarlos, los trajera de vuelta por un instante.

A todos nos llegará la hora. Y cuando llegue, quiero haber vivido con la entereza que exige esta vida. Con la serenidad de quien sabe que lo vivido no se pierde nunca. Que lo importante no es cuánto tiempo estuvimos, sino cómo lo compartimos.

Hasta pronto, Compañero, Compañeros. Nos volveremos a ver algún día. No sé dónde, no sé cuándo. Pero sé que cuando llegue, los reconoceré. Y volveremos a hablar como antes. Como siempre.

Mientras tanto, sigo. Con vuestra memoria en mi pecho. Con vuestra fuerza en mi espalda. Con vuestro amor en mi camino.

GRACIAS POR TODO... GRACIAS POR TANTO.

 

 

 

 


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