Hubo un tiempo en mi vida en el que todo giraba alrededor del trabajo. Era mi prioridad, mi razón y mi meta. Me levantaba con él en la cabeza y me iba a dormir pensando en lo que faltaba por hacer. Vivía con el acelerador a fondo, convencido de que el esfuerzo constante, la disciplina y la entrega absoluta eran el camino hacia la realización.
Y no me quejo: ese trabajo fue mi escuela. Me dio estructura, me enseñó el valor del compromiso, la importancia de cumplir con lo que uno promete, y la satisfacción de ver los frutos del esfuerzo. Pero también me quitó muchas cosas.
Me quitó tiempo. Me quitó calma. Me quitó momentos.
Fui dejando partes de mí en cada jornada, en cada meta, en cada logro que, al final, se sentía un poco vacío.
Con el tiempo, quizás con los años, quizás con los golpes, entendí que nada de eso era eterno. Que todo tiene su ciclo. Y que, cuando ese ciclo se cierra, lo mejor que uno puede hacer es soltar. No desde el rencor, sino desde la gratitud.
Hoy miro atrás y veo ese pasado como una etapa necesaria. Sin él no sería quien soy. Pero tampoco quiero volver a vivir así.
VIVE EN ARMONÍA CON LA NATURALEZA DE LAS COSAS.
ACEPTA LO QUE NO PUEDES CAMBIAR...
Y HALLARÁS LA PAZ QUE NADA EXTERNO PUEDE PERTURBAR.
Ahora estoy en un momento distinto. Vivo tranquilo. Vivo en paz.
El trabajo, que antes ocupaba el centro de mi vida, ahora está en un segundo plano. Cumple su función, pero ya no define quién soy. Ya no necesito demostrar nada. Hoy valoro otras cosas.
Me gusta estar en casa, disfrutar del silencio, leer sin prisa, sentir la compañía fiel y silenciosa de mi hija gatuna (Iris), que se ha convertido en parte de mi rutina y de mi calma. He aprendido a disfrutar de lo sencillo: una tarde sin planes, un libro que me atrapa, una conversación sincera, un atardecer sin reloj.
También me gusta dedicarme tiempo a mí. A cuidar mi cuerpo y mi mente. A vivir una vida más estoica, centrada en lo esencial, sin ruido, sin exceso. Me preocupo por alimentarme bien, aunque de vez en cuando me doy el gusto de “marranear”, porque también se vive de placeres simples y terrenales. Y si hay algo a lo que no diría que no, es al sushi, me encanta, esa mezcla de sencillez y equilibrio en cada bocado tiene algo que me representa.
Y cuando entreno, lo hago con fuerza, con determinación, con la energía de un toro. Soy TAURO, y me reconozco en esa mezcla de constancia y empuje, de calma y poder. Entrenar me conecta conmigo, me recuerda que la disciplina también puede ser placer, que el cuerpo es un templo y que cuidarlo es una forma de respeto hacia uno mismo.
Ya no busco la perfección. No me interesa correr detrás de metas que no me llenan. Hoy me basta con estar bien, con sentirme en equilibrio. Con disfrutar lo que tengo y lo que soy. He aprendido que la vida no siempre se trata de conquistar, sino de sostener. De sostener la paz, la coherencia, la alegría sencilla de vivir. Y en ese sostener, he encontrado algo que antes ni siquiera sabía que buscaba: SERENIDAD.
Hoy, simplemente, vivo.
Vivo tranquilo.
Vivo en paz.
Y eso, ahora lo sé, vale más que cualquier logro profesional.
ANTES Y AHORA... LA TRANQUILIDAD DE VIVIR.


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