«El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional» decía Buda después de años de aprendizaje y meditación.
El déficit calórico es la única forma de perder peso. Hay muchas dietas capaces de reducir la ingesta de calorías y lograr el déficit calórico propuesto, pero no todas son iguales ni benefician de la misma manera al organismo. Es importante atender siempre a los valores nutricionales y evitar actitudes compensatorias. El rendimiento se mantiene fácilmente cuando la ingesta calórica es abundante. Cuando la ingesta de alimentos es alta, el cuerpo tiene un excedente de energía disponible para resintetizar el ATP y mantener las reservas de glucógeno muscular para realizar sesiones de entrenamiento intenso. Bajo estas condiciones no hay excusa para tener que rendir al máximo. Sin embargo, durante períodos de restricción calórica, entrenar duro se vuelve mucho más complejo. Ya que el cuerpo tiene menos de lo que necesita para cumplir con las demandas que se le imponen. Para respaldar un rendimiento atlético fuerte con calorías limitadas, se requiere un horario inteligente de comidas y nutrientes. La restricción de energía es sinónimo del estricto manejo de los carbohidratos, la fuente de energía más fácilmente disponible que el cuerpo humano puede usar. Particularmente durante el entrenamiento.
El deporte en general ayuda a perder peso, mejora la circulación, disminuye los niveles de estrés y aumenta los niveles de testosterona y estrógenos. Eso no debe olvidarse. Pero es cierto que los entrenamientos de resistencia pueden perjudicar la apetencia sexual. Existe una correlación entre las horas de ejercicio y los niveles de testosterona y estrógenos. A partir de cierto punto se produce una reducción de las hormonas sexuales.
La pérdida de la libido es una consecuencia identificable de lo que llamamos el sobreentrenamiento, es decir, el síndrome de deficiencia energética. Cuando un deportista gasta más energía de la que ingiere, cuando no llega a los requerimientos calóricos, su apetito sexual se ve perjudicado.
No es casualidad que, cada vez que nuestro cuerpo demanda ingesta de alimentos, se incremente nuestra movilidad y agilidad mental. A lo largo de miles de años de evolución se han potenciado los mecanismos biológicos que aseguran que conseguimos suficientes nutrientes para nuestro organismo. Concretamente, la demanda alimenticia aumenta la memoria. ¿Por qué? En esencia, porque ayuda a afrontar la falta de nutrientes. Entre otras cosas, con hambre crece nuestra habilidad para orientarnos en el entorno, denominada memoria espacial. Cuando escasean los nutrientes, las primeras en espabilar son las neuronas del hipocampo. Se trata de una estructura cerebral fundamental en nuestra memoria declarativa. Y también forma parte esencial de nuestra memoria espacial de manera que, cuando se daña, como ocurre en los pacientes con demencia tipo alzheimer, las personas no recuerdan qué hicieron (memoria declarativa) y se desorientan incluso en entornos bien conocidos como su hogar (memoria espacial).
Pues bien, se ha demostrado que en dietas con restricción calórica el número de neuronas del hipocampo crece y se incrementa su funcionalidad. Esto lo hace especialmente “sensible” a los cambios del entorno por lo que, además de orientarnos mejor, captamos más detalles del mismo. Y claro, resulta más fácil sobrevivir.
EL QUE ALGO QUIERE... ALGO LE CUESTA.
LAS ESPECIES QUE SOBREVIVEN NO SON LAS MÁS FUERTES... SINO AQUELLAS QUE SE ADAPTAN MEJOR AL CAMBIO.


No hay comentarios:
Publicar un comentario